
La soledad siempre viene acompañada de bolsas.
Las bolsas, cuando están vacías, pasan desapercibidas. Cuando están llenas, se inflan como un globo. Un globo juguetón, aireado por las manos activas y alegres de un día de compras o un globo, hinchado pero lánguido, inerte tras largas horas de sedentaria tristeza.
En este banco en Sofía, Bulgaria, o en cualquier otro sitio, las bolsas de plástico lloran.
Sin embargo no se mueven de al lado. Acompañan hasta su muerte. Cuando los desperdicios las rasgan de más y dejan de ser útiles, mueren. Ni siquiera entonces son ellas las que se van. Son otras manos las que las tiran.
Publicado el 07/8/2009 a las 12:12
Etiquetas: viajes, bulgaria, soledad
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