Las aspiraciones y los trapiés
Ya lo descubrimos hace mucho con Dickens, quién mejor para mostrarnos de bruces la vida, tal y como es: un balancín entre las aspiraciones y la realidad.
Algo me hace entristecer cuando me encuentro trofeos en las baldas de un establecimiento. Siempre pienso (claro que esto son cosas mías, seguramente sin fundamento) que los trofeos deberían tener prohibida su venta.
¿No sería mejor situarlos en algún tipo de trastienda donde sólo unos afortunados de la repartición de los tesoros puedieran acceder a ellos, casi en secreto, con claves mágicas, como quien llega a su encuentro, al fin, después de haber encontrado las siete llaves que abren siete cerraduras? Después, la inigualable sorpresa para los merecedeores.
Los trofeos se han hecho mundanos y son excesivamente asequibles para su brillo. En realidad, todo es falso, y esto es así aunque fueran objetos impagables, de oro verdadero. Aunque esto ocurriera y costaran millones de la moneda que cada uno quiera añadir, seguirían siendo baratos porque los trofeos, sin su magia, sin su esfuerzo, han quedado convertidos en algún tipo de hueca cacharrería que se ofrece en una balda comercial; ya no reposan los trofeos donde se hacen compañía las doradas aspiraciones y los traspiés.
Les hice una foto, aunque les dije. Así no os quiero. No os reconozco siquiera. No sois los que recuerdo que érais cuando deseaba ganarme vuestra compañía.
Publicado el 23/2/2016 a las 03:27
Etiquetas: aspiraciones, errores, dickens, los angeles, tesoros
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