El 31 de octubre es el día mundial del ahorro. Me acuerdo, de pequeña. Mi tía Carmita, que trabajaba en un banco, hablaba ese día en televisión de la los parabienes de la prudencia en el gasto. Con una hucha en la mano, los pulmones se hinchaban de gloria con el tintineo de una moneda nueva que se conseguía entregar a la barriga gorda del cerdito, que, pese a su tamaño, opulento y obeso, no dejaba de llamarse así, cerdito. Él era uno de los símbolos de la grandeza del valor de las pequeñas cosas.
He escogido este de color rosa porque sonríe.
La crisis habla, sí, pero, ¿acaso en las situaciones adversas no se descubre a los buenos amigos? De igual manera, en estos momentos de aprieto, se quita la tontería y las cosas, en el fondo, se muestran más auténticas. Yo creo que gran parte de las causas de esta crisis es porque nadie cuidaba ya a sus cerditos.
Ahora se habla de la imposibilidad de llegar a fin de mes. Se nos dice qué hemos de eliminar de nuestras costumbres para restando, llegar hasta el siguiente salario. Sin embargo, yo creo que lo que hay que hacer es sumar. Sumar actitudes. Y aprender, por ejemplo, que el trabajo es un empleo en el que hay que emplearse; que el valor del trabajo no puede degradarse desde un péndulo difícil entre los que no lo tienen y quienes no lo valoran. Aprender (te recomiendo que leas "La seriedad del humor", un artículo de Jorge Edwards) que las burbujas financieras y la especulación del ladrillo y el dinero fácil no son más que espejismos que han hecho mucho daño.
Cerdito. Cuídate. Y cuídanos; quítanos la tontería de encima y que se nos pase la vergüenza a los que hemos visto por el mundo lo que es el no tener, de verdad. Y a los que estamos aquí, en los lugares de la opulencia espero que, cuando pasen estos tiempos, no nos volvamos a olvidar de ti.
¡Felicidades en tu día! Ojalá, cerdito, nunca seas cerdo.