Los pinos son simplemente pinos hasta que llega el final del año, que es cuando sufren la metamorfosis y pierden su nombre; dejan de ser pinos y se convierten en algo más genérico: árbol, árbol de navidad.
He visto muchos pinos estas dos últimas semanas, pinos salvajes soportando nieve hasta el extremo, hasta casi romper sus ramas; árboles con bolas blancas, sólo blancas. Luces de esperanza clara, sin espumillón ni colores, ni estrellas.
Podría elegir entre cientos y, más allá del propio, me decía, ¿con cuál desear feliz año? Y, de entre todos, lo hago con éste de la planta de oncología del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Me lo encontré en una mañana de sábado en voluntariado. No pude dejar de mirarlo; podría hablar tanto de él... No me refiero a la silla de ruedas que baja las estrellas a tierra, no me refiero a la limpieza oxigenada del ambiente, no... Me quedo con este árbol porque es el más real de cuantos he visto. El árbol invertido; los sueños en la tierra, luchando por cada día, porque ahí está la proeza. La proeza de abrir los brazos al cielo y dibujar con ellos un árbol y casi a la vez, una uve de victoria.
Cada día, feliz día. Feliz semana y mes. Feliz año.