Busco un hotel. Leo cómo es. Características. Wifi, servicio de habitaciones. Me detengo. Hay otro servicio:
La habitación de ese hotel cuenta con “ventana que se abre”.
Es verdad; las ventanas en los hoteles son eso marrón que está detrás de muchas cortinas gruesas -y casi ignífugas- que tienen como misión tapar las no vistas a un patio de chimeneas y la luz de noche. Las ventanas son eso que no existe cuando llegas a la habitación del hotel. Y, es verdad, aunque haya magníficas vistas, nunca se pueden abrir.
Una ventana abierta en el buscador de imágenes de Google es traducida como una ventana de ordenador; me encuentro imágenes de muchas pantallas de ordenador con ventanas abiertas…
Ahora las ventanas son ejecutivas, no contemplativas. Ni siquiera respiran, son los conductos del techo los que ofrecen la ventilación asistida.
Parece que el exterior, la calle, es la amenza; curiosos que viven todavía en el aire, como esa magnífica escultura que me encontré en el down town de Atlanta.
Tal vez, por eso, las cortinas de las ventanas de los hoteles preservan la intimidad de los que están al otro lado, en el interior de la habitación, con las otras ventanas bien abiertas, todas al tiempo, sin cortinas: La televisión, el ordenador, el IPOD, la Blackberry, el otro teléfono… ¡Cuánta corriente! ¡Cargadores, baterías, adaptadores de baterías…. Todos a sus puestos…. ¡Firmes! Preparados, listos, … Apunten….. ¡Carguen! YA.
En el mundo del aire, cuando hay varias ventanas abiertas se genera corriente, una corriente natural. Y viene un portazo, como si el propio aire te quisiera decir: Controla, que aquí hay un exceso. Cierra algo…
En unos casos es un exceso de oxígeno, en otros, un exceso de alquitrán.
Un exceso de ventanas abiertas y, sobretodo, un exceso de ventanas cerradas; no se abren y nadie se acuerda de ellas, salvo ese revolucionario hotel del anuncio, que las ofrece como un valor añadido.
Esas cosas pienso.