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Almudena Solana

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EN RECUERDO A ODON ALONSO I. ENTRE EL VIOLÍN Y LA ESTUFA

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Estampa 2010

  Murió Odón Alonso. Cuando muere un músico, un director de orquesta, no pienso en un desfile triunfal de trompetas sino que se impone un violín. Al menos con Odón Alonso se impone una pieza barroca; un suave violín al calor de una estufa de gas entre el frío.

Tal vez no sea justo que al morir Odón Alonso recuerde a su padre, Odón Alonso I, un Maestro sin suerte -o con mayores dificultades- y con alma.  Él, autodidacta, abandonó su destino familiar en la industria confitera en León y aprendió por si solo violín, violonchelo, piano y saxofón. Todo ese empuje lo trasladó a su hijo, quien heredó su nombre, y su fuerza. Tiene que ser grande morir cuando te has muerto querido, respetado, premiado. Por eso me acuerdo de su padre y me conmueve porque si Odón Alonso, hijo, ha muerto a los 86 años, cómo yo, puedo tener aún fresco en mi memoria de niña esas tardes entre músicos, en una pequeña academia en León, con Odón Alonso, padre... un hombre que nació no después de hace dos siglos.

La Academia estaba situada al otro lado de las instalaciones de imprenta del Periódico Proa, cerca de la Plaza Circular. Esto no lo recuerdo, me lo dicen. Supongo que las rotativas harían mucho ruido y en aquellos años 70 seguro que ocupaban muchos metros de las instalaciones. Sin embargo, había hueco para una pequeña Escuela de Música donde, a su vez, al irnos los alumnos, comenzaban a ensayar los profesores, muchos de ellos miembros de la Orquesta de Cámara de León (Lydia y su flauta travesera, Tere... Son nombres que están en mi cabeza) Odón Alonso padre, con el pelo más blanco que yo haya visto en mi vida, dirigía a todos los miembros de la Orquesta con la energía y la calma que sabía imponer su batuta.

Junto con su pelo blanco recuerdo su brazo; más aún, el aire de su brazo derecho tocando el violín como si fuera un ave en pleno vuelo. Sin embargo, esa fragilidad era firme al sostener el arco entre sus dedos y haciéndolo de nuevo volar como seguramente volaría su imaginación queriendo, tal vez, estar lejos de allí; quién sabe, en un escenario de los importantes. Me parece de una generosidad grande el que un Maestro, un magnífico profesor de violín te enseñara a compartir sus sueños y, desde luego, no te castigara porque esos sueños no coincidieran con la realidad que tenía delante: una niña de 6 años con gafas en medio de un cuchitril adecentado a la espalda de un periódico del único régimen que había.

Cuánto respeto a la música respiré entre Odón Alonso padre y una estufa de gas abierta al máximo en las posibilidades de su llama para que nos caldeáramos todos y  nada nos distrajera en los propósitos ni agarrotara los dedos de los que, un poco más allá, tocaban el piano...

Frío, periódicos haciéndose en la imprenta, ruido, sillas por aquí y por allá, atriles, estufas de gas, bombonas naranjas... Y, sin embargo, música. Mis recuerdos de León están empañados de música; también en el Conservatorio y en otra academia, esta vez de una mujer llamada Estilita, por el Barrio Húmedo, donde llegaba con hambre a media tarde, después de salir del colegio; un hambre que allí desaparecía incluso cuando no me había comprado alguna cosa en las pastelerías del camino, quién sabe, tal vez de la familia de Odón Alonso.

La música no sólo es el lenguaje más universal, sino también el más impermeable al olvido. No olvidemos a quienes nos hicieron crecer mientras intentaban crecer ellos mismos.

Viva la figura de Odón Alonso, también el padre. Un músico grande, enorme, que supo tomar las riendas de una vida sin pasteles y lucha. Supongo que vivía con las clases particulares y los conciertos de aquí y de allá. Supongo que preferiría alcanzar otras metas, dejar huella, como consiguió su hijo. Sin embargo, no le recuerdo malhumorado; sí serio, exigente; muy mayor pero enérgico y en forma; como si siempre estuviera esperando su oportunidad.

Publicado el 24/2/2011 a las 10:59

Etiquetas: ODÓN ALONSO, MÚSICA, LEON.

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Hoy

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Sin título (creo) Rebeca (7 años)

 

No te he deseado feliz año pero es que prefiero hacerlo un jueves cualquiera, cuando ha coincidido, unos días antes del día capicúa; ese 11 de febrero del 2011 que nos espera. Deseo más cabeza y, sin embargo, mucha más imaginación. Deseo respeto ante las fantasías y que nadie robe su propiedad, ni la cuestione siquiera, como no se cuestiona ninguna otra.... Una vez, Manuel Vicent me dijo que somos propietarios de fincas, pequeñas fincas del tamaño de un libro. Él, todo un terrateniente, presenta estos días, "Aguirre. el magnífico".

Sí, deseo para este año más cabeza e imaginación. Como apunta Chesterton en uno de sus ensayos, "La estrechez de la novedad", necesitamos una imaginación verdaderamente divina que haga nuevas todas las cosas, porque todas las cosas han sido nuevas alguna vez. Esa, en el fondo, es la clave del amor y de la vida misma. Necesitamos una nueva facultad mental que no deje al consumo de lo último como paradigma único de todas las sabidurías, y sí, en cambio, se detenga (también) ante el cuidado de lo añejo, buscando nuevas vidas, nuevos brillos que una vez existieron porque nunca mueren del todo. Brindo por la inteligencia, esa que se utiliza para guiar el comportamiento en nuevas direcciones.

No creo que sean las estrecheces las que traen la estrechez en nuestra mente. Hay que cambiar. Todo. Eso es lo que te deseo en Año Nuevo; hoy mismo. Cada día es nuevo, irrepetible, importante. Feliz Año. Te lo digo con todos los honores de Nochevieja pero un día cualquiera, cuando el pensamiento, sin atropellos, también puede bailar con la serpentina.

Publicado el 27/1/2011 a las 12:18

Etiquetas: Pensamiento, Literatura, Chesterton, estrechez y novedad.

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UN PERDÓN A VARGAS LLOSA

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El periodismo, es lo que tiene; has de perder la vergüenza. Cuando escuché a una periodista en unas imágenes de TVE (o a un ser detrás de una alcachofa) recibiendo a Vargas Llosa, recién llegado el Nóbel, a Madrid-Barajas, y preguntándole por la novia de su hijo como quien mete la primera y acelera, sentí vergüenza por vivir aquí… Claro, antes, la periodista, le dio la enhorabuena y él, tan amable, tan desorientado de tanto bullicio pensaría que esto era una cosa más de las genera el barullo del Nóbel, entre lluvia y nieve y culetazos desde la silla, y lloros. Y genio. Y emoción.

-       ¿Qué tal Genoveva?

-       ¿Cómo dice?

Esas fueron las primeras palabras que escuchó al llegar a casa, a ésta que ha elegido como una de ellas en el mundo, en su Madrid; bello y aún lleno de hojas de un otoño que se fue  y que nadie recoge.

Claro, una mandada, ella; eso sí. Una mandada de una televisión pública. Le dirían, vete al aeropuerto y pregunta por Genoveva… Desde luego, fue buena mandada. Estuvo on time. Llegó el Nóbel; él la sonrió con esa sonrisa de los que sienten que ya, al fin, llegan a casa…

-       ¿Va a pasar Genoveva las vacaciones de Navidad con la familia?

Quiero pensar que algunas personas de este país sentimos vergüenza. Porque esto es España. Un puro chismorreo.

Hace años, en el inicio de la profesión periodística, me encargaron un pequeño reportaje sobre “gordos” en el País; vaya tema…  y, encima,  me pidieron que, a ser posible, fueran “gordos” conocidos, gente ilustre “que se reconocieran bien”.

Yo, entre otros,  me fui directa a Camilo José Cela. Qué osadía la mía… Tal cual le expliqué el tema. Por eso me acuerdo de quien tuvo que preguntar en el aeropuerto. Quiero pensar que quien preguntó moriría, en realidad, por saber más de las verdades de la ficción y menos de las mentiras; querría saber qué le había afectado más del Alto Congo a Roger Casement, preguntaría si se habría recuperado de las visiones de la esclavitud… Le preguntaría al escritor un poco más en detalle por la alusión a los Nacionalismos de su discurso del Nóbel, y también por  la diferencia entre lo grande, y lo pequeño; el aire y la asfixia…

 

Yo tampoco pregunté nada a Cela pero porque no pude. Directamente yo, mandada, le planteé al principio –por teléfono- mi cometido. Duró poco mi explicación porque  me colgó. Yo pensé que eran las cosas del oficio y, de hecho, estas cosas curten… sí.  Son los imperativos profesionales; tuve muchos. Hay muchos imperativos y relajados códigos deontológicos. A las cadenas (¿también la pública?) se les piden resultados en monedas y para eso, lo primero es que, los enganchados de la carnaza, reciban nueva dosis…

 A mi Cela me colgó; hace unas semanas Mario Vargas Llosa sonrió a su interlocutora hasta el adiós. Mi artículo creo que no lo terminé, al menos no lo recuerdo impreso en mi cabeza… Confío en que este episodio también sea humo para nuestro Nóbel.

Publicado el 11/1/2011 a las 11:41

Etiquetas: LITERATURA, PREMIO NÓBEL, VARGAS LLOSA, TELEVISION

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¡FELICIDADES ANA MARÍA MATUTE!

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¡Felicidades Ana María! Felicidades a todos porque el Premio Cervantes al fin tiene un hada; una niña mala, una mujer feliz que ayer, sin rubor, al enterarse de su premio no dijo que no se lo esperaba o cosa por el estilo. Sí, lo esperaba, lo deseaba. ¡Soy feliz! Lanzó a sus anchas, con una transparencia que sólo tienen las hadas o algunos niños en el día de su cumpleaños. Todos estamos de enhorabuena porque todos los esperábamos...

Te devuelvo el abrazo que tengo guardado. Llegó aquel día en la FNAC; tú presentaste mi primera novela con esa generosidad que pudiera no entrar en ese cuerpo aparentemente frágil. Aquel abrazo llegó después de tus palabras sobre mi obra. Y aún más palabras quedaron escritas en la foto, y en la memoria, porque las letras nos han acompañado varias veces de paseo. ¡Lo que daría por tomarte del brazo, invitarte a poner tus zapatos de medio tacón y largarnos a brindar por ti hasta sortear los adoquines maltrechos de las aceras!

Estamos de enhorabuena, no sólo porque Ana María Matute sonríe sino porque las sonrisas, finalmente llegan. Es el premio a la perseverancia, y a la dulce y fructífera espera.

Publicado el 25/11/2010 a las 13:48

Etiquetas: Literatura. Actualidad. Premio Cervantes

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VENTANA ABIERTA

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Almudena Solana

Busco un hotel. Leo cómo es. Características. Wifi, servicio de habitaciones. Me detengo. Hay otro servicio:

La habitación de ese hotel cuenta con “ventana que se abre”.

Es verdad; las ventanas en los hoteles son eso marrón que está detrás de muchas cortinas gruesas -y casi ignífugas- que tienen como misión tapar las no vistas a un patio de chimeneas y la luz de noche. Las ventanas son eso que no existe cuando llegas a la habitación del hotel. Y, es verdad, aunque haya magníficas vistas, nunca se pueden abrir.

Una ventana abierta en el buscador de imágenes de Google es traducida como una ventana de ordenador; me encuentro imágenes de muchas pantallas de ordenador con ventanas abiertas…

Ahora las ventanas son ejecutivas, no contemplativas. Ni siquiera respiran, son los conductos del techo los que ofrecen la ventilación asistida.

Parece que el exterior, la calle, es la amenza; curiosos que viven todavía en el aire, como esa magnífica escultura que me encontré en el down town de Atlanta.

Tal vez, por eso, las cortinas de las ventanas de los hoteles preservan la intimidad de  los que están al otro lado, en el interior de la habitación, con las otras ventanas bien abiertas, todas al tiempo, sin cortinas: La televisión, el ordenador, el IPOD, la Blackberry, el otro teléfono… ¡Cuánta corriente! ¡Cargadores, baterías, adaptadores de baterías…. Todos a sus puestos…. ¡Firmes! Preparados, listos, … Apunten….. ¡Carguen! YA.

En el mundo del aire, cuando hay varias ventanas abiertas se genera corriente, una corriente natural. Y viene un portazo, como si el propio aire  te quisiera decir: Controla, que aquí hay un exceso. Cierra algo…

En unos casos es un exceso de oxígeno, en otros, un exceso de alquitrán.

Un exceso de ventanas abiertas y, sobretodo, un exceso de ventanas cerradas; no se abren y nadie se acuerda de ellas, salvo ese revolucionario hotel del anuncio, que las ofrece como un valor añadido.

Esas cosas pienso.

Publicado el 23/11/2010 a las 11:39

Etiquetas: pensamiento, ensayo cotidiano.

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