Arco, 2010.
El corazón de una persona sana es capaz de latir sin descanso y de manera rítmica durante toda una vida. Ya. ¡Vaya obviedad!, pensarás. Claro, esto es algo que no asombra; se da por hecho cuando no hay sombra de duda.
Ese músculo, el corazón, nos acompaña durante toda la vida, en silencio. Hasta el día final, lo que supone, dicen, una media de 2.600 millones de latidos.
¿Sólo 2.600 millones?
Siempre he visto ese músculo del cuerpo inagotable; por eso me cuesta predecir su fuelle. ¿Es que hoy todo es calculable, tangible? No, el corazón, no... Es mejor la inmensidad. Dejémosle estar, que nos deje ser...
Una de las cosas que más me agrada del corazón es que dispone de la misma grandeza y derroche para la vida como para la muerte. Igual de brusco y pasional nace, y muere.
Y vuelve a mí la cifra. 2.600 millones latidos de corazón en una vida.
¡Qué pocos!
Será que leo cifras millonarias cada día, sobre otras cosas: apropiaciones indebidas de fondos públicos, desvíos de capitales, financiaciones irregulares... En esos asuntos, las cifras de los periódicos nunca van por cientos ni decenas. Los opulentos dueños de esos números sin decimales son los profesionales de las trampas, los paraísos fiscales, los corruptos... Ahí sí todo son millones.
Y son tantos que empequeñecen la grandeza del intangible corazón.
Publicado el 21/4/2010 a las 11:56
Etiquetas: pensamiento.
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