El periodismo, es lo que tiene; has de perder la vergüenza. Cuando escuché a una periodista en unas imágenes de TVE (o a un ser detrás de una alcachofa) recibiendo a Vargas Llosa, recién llegado el Nóbel, a Madrid-Barajas, y preguntándole por la novia de su hijo como quien mete la primera y acelera, sentí vergüenza por vivir aquí… Claro, antes, la periodista, le dio la enhorabuena y él, tan amable, tan desorientado de tanto bullicio pensaría que esto era una cosa más de las genera el barullo del Nóbel, entre lluvia y nieve y culetazos desde la silla, y lloros. Y genio. Y emoción.
- ¿Qué tal Genoveva?
- ¿Cómo dice?
Esas fueron las primeras palabras que escuchó al llegar a casa, a ésta que ha elegido como una de ellas en el mundo, en su Madrid; bello y aún lleno de hojas de un otoño que se fue y que nadie recoge.
Claro, una mandada, ella; eso sí. Una mandada de una televisión pública. Le dirían, vete al aeropuerto y pregunta por Genoveva… Desde luego, fue buena mandada. Estuvo on time. Llegó el Nóbel; él la sonrió con esa sonrisa de los que sienten que ya, al fin, llegan a casa…
- ¿Va a pasar Genoveva las vacaciones de Navidad con la familia?
Quiero pensar que algunas personas de este país sentimos vergüenza. Porque esto es España. Un puro chismorreo.
Hace años, en el inicio de la profesión periodística, me encargaron un pequeño reportaje sobre “gordos” en el País; vaya tema… y, encima, me pidieron que, a ser posible, fueran “gordos” conocidos, gente ilustre “que se reconocieran bien”.
Yo, entre otros, me fui directa a Camilo José Cela. Qué osadía la mía… Tal cual le expliqué el tema. Por eso me acuerdo de quien tuvo que preguntar en el aeropuerto. Quiero pensar que quien preguntó moriría, en realidad, por saber más de las verdades de la ficción y menos de las mentiras; querría saber qué le había afectado más del Alto Congo a Roger Casement, preguntaría si se habría recuperado de las visiones de la esclavitud… Le preguntaría al escritor un poco más en detalle por la alusión a los Nacionalismos de su discurso del Nóbel, y también por la diferencia entre lo grande, y lo pequeño; el aire y la asfixia…
Yo tampoco pregunté nada a Cela pero porque no pude. Directamente yo, mandada, le planteé al principio –por teléfono- mi cometido. Duró poco mi explicación porque me colgó. Yo pensé que eran las cosas del oficio y, de hecho, estas cosas curten… sí. Son los imperativos profesionales; tuve muchos. Hay muchos imperativos y relajados códigos deontológicos. A las cadenas (¿también la pública?) se les piden resultados en monedas y para eso, lo primero es que, los enganchados de la carnaza, reciban nueva dosis…
A mi Cela me colgó; hace unas semanas Mario Vargas Llosa sonrió a su interlocutora hasta el adiós. Mi artículo creo que no lo terminé, al menos no lo recuerdo impreso en mi cabeza… Confío en que este episodio también sea humo para nuestro Nóbel.