Leo a Chesterton; la arquitectura, dice, es el alfabeto de los gigantes, el más grande sistema de símbolos jamás concebido. La novela me parece otro gran edificio arquitectónico, igualmente complejo. Nos acerca, en cambio, al alfabeto de lo cercano, lo que se abraza. Siempre he admirado a los arquitectos; tienen la posibilidad de idear esa casa de sus sueños donde poder refugiarse del mundo de las cosas grandes. Una casa en las que todo, vigas, trastos, puertas; seres y enseres, se comprendan.
Es verdad, Chesterton, el hombre ha hecho cosas casi demasiado grandes para que pueda medirlas su imaginación.
Yo, en cambio, prefiero las ruinas, esos restos que ya no planean hacia la atmósfera -tal vez nunca lo hicieron- pero sus piedras no ceden la dignidad del anclaje a tierra. Siguen ahí, reconociendo que son un deshecho de oportunidades que no truncaron pero tampoco caen del todo.
Un gran edificio arquitectónico está bien -aparentemente- hasta que debe ser demolido para que otra letra grande del espacio se proyecte. No hay huella. Si acaso, los planos de lo que fue cuando era proyectado. Pero el paso del tiempo, hasta su desaparición, no le afecta. Muere de pie, aparentemente joven.
Las casas viejas, en cambio, mantienen la lozanía de los que esperan con optimismo. Por eso son deshechos de oportunidades que nunca se van del todo.
Publicado el 15/2/2010 a las 14:45
Etiquetas: ARQUITECTURA, LITERATURA, CHESTERTON, PENSAMIENTO
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