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Almudena Solana

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Navidad envuelta

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Observo la Navidad así, envuelta. No escondida, no; tampoco arrinconada, no. Siempre de frente, dando la cara. Pero sí, detrás de un plástico, detrás de un mueble, en un trastero de algún lugar.

El portal de Belén podría ser hoy un  andén de metro. Cualquier hueco cóncavo de esos que crean las obras de los puentes, en las ciudades, se convierte en agreste cuna que protege del frío, del viento, y eso lo saben bien los homeless de Los Ángeles. Los agujeros rurales traen bichos,  a veces humedad, sombra; casi siempre reposo, descanso ante tanta fatiga litigante del entorno.

Ningún día es más importante que otro. Ningún trastero es menos importante que una mansión. Ninguna religión es más importante que otra. La trascendencia nos filtra la luz, la energía; y las ganas de paz deben tumbar los muros.  Si los lienzos del mundo hablaran desde las paredes o desde los trasteros, nos dirían, ey, no pierdas la vida litigando, que el amor es común a todo ser humano.

En Los Ángeles, por prudencia, no se dice Feliz Navidad, todo queda en unos deseos de Felices Fiestas, algo común para todas las culturas y religiones, igual que la risa , el consumo, la fiesta. Lo demás es prudencia. Tanta prudencia que a veces aplasta. Yo, en cambio, adoro las equivocaciones, las excepciones, las confusiones. Sólo detesto los malos entendidos, que no tienen nada que ver con lo anterior.

No encuentro la ofensa en la equivocación de según a quién dirijas tus deseos. ¿Acaso no es lo mismo en realidad? Son deseos genéricos para que, cada cual, siga siendo y estando como quiera estar en la tierra. Entre  bullicio y bolas de colores en realidad nos estamos deseando no guerra. Y paz.  

Feliz 2016.

Publicado el 27/12/2015 a las 11:05

Etiquetas: Navidad, paz, Los Angeles

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Una bandeja sin fronteras

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—Es un buen tipo —admitió Slim—. No se

necesitan sesos para ser bueno. A veces me parece

que es más bien al contrario. Casi nunca un

tipo muy listo es un hombre bueno.

 (De ratones y hombres, John Steinbeck)

 

Allowance. Es una palabra que me gusta.Es bonita ella misma, y representa a su vez un buen significado, tolerancia. Hoy, aquí en Los Ángeles, todo el mundo se da la gracias, tal vez hasta algunos de los 44.000 vagabundos que cifran cada día en Los Ángeles Times, están por las calles, como los de la Quinta con la Calle San Pedro; también ellos se dan las gracias si se pasa uno a otro una sucia petaca de plástico con vino.

Aquí están englobadas todas las culturas del mundo, todos los estatus sociales, todos los sueños truncados y los sueños por realizar, las risas y las penas; la demencia, la incapacidad y la gloria. Aquí, en Los Ángeles, está el mundo en una misma bandeja sin fronteras, junto al pavo. 

 Y sin embargo lo miro, y veo en ese ave quieto y sin cabeza, el símbolo hoy de la rendición. Lo demás es fritura, compota, distracción.

 En el pasado este día significó la fiesta y la celebración por una buena cosecha, el agradecimiento por los resultados tras un duro trabajo. Hoy tendríamos también la oportunidad de celebrar un motivo real en el que estuviéramos representados la humanidad, la humanidad entera que se da las gracias por el resultado de un duro trabajo de entendimiento.

 Cada persona, en su pequeñez y su gloria, tiene mucho que elogiar, cada día. Pero hoy, todas las pequeñas humanidades deberían sumarse en una sola y mirar hacia dentro y preguntarnos más allá de nuestra propia individualidad qué motivo tenemos para darnos las gracias los unos a los otros. Deberíamos intercambiarnos, confundirnos… Ser colonos, ser recién llegados, ser israelíes que quieren venir, o franceses, o americanos, o palestinos, o madres de Níger buscando agua en el río... O estudiantes acribillados en Kenia. Todos ellos, y sus religiones,  están representados en las calles de Los Ángeles. Y más allá de sus desdichas, todas las familias del mundo se parecen cuando están, como hoy, al calor del hogar propio; en el confort de su propio consuelo.

 Ninguna raza o religión tiene en Los Ángeles mayoría aplastante sobre otra, y todas tienen su lugar. Esta ciudad, por ello, es una gran oportunidad, de ahí su energía, indescriptible. Y todas estas culturas confluyen hoy, sin dudarlo, en una sola cosa: Nada hay mejor que hacer que darse las gracias y celebrarlo con la familia, con los amigos. Si esto es así, si puede existir la unanimidad en algo, esto es ya un buen punto de partida. Si  aceptamos esta quimera y pudiéramos ver en un plano cenital cada una de esas 140 culturas y religiones, todas ellas representan la esperanza en sus casas, en el calor de su hogar, junto a su pavo (si lo han podido pagar) Pero también deben representar la esperanza fuera de sus casas.

 Es posible coincidir. El aeropuerto de Los Ángeles, rebosa estos días en su capacidad, al máximo. Y, sin embargo, esta ciudad, en esta tarde del cuarto jueves de noviembre, representa, igual que todas lo que es el ser humano, alguien que, la mitad de su vida anhela,  muchas veces llora, y a veces, ríe.

 Tal vez debería existir un Thanksgiving en el que poder agradecer a los que no son familia, ni siquiera amigos, la oportunidad… de hacernos pensar en nuestro absurdo, siendo conscientes de que lo demás es amable distracción: compota, guirnaldas de color naranja y las más drásticas rebajas del año.

 El pavo, humillado en su bandeja, cabeza abajo, debería ser un animal venerado, porque nos lleva al pensamiento y nos demuestra, por ejemplo, que la alegría no siempre es alegre, si no representa nada más allá de nuestra vanidosa individualidad. De igual manera, la pena de un pavo hacia abajo es tampoco algo siempre triste porque puede convertirse, como un conejo que surge de una chistera, en un misil compacto que lance suave confeti y oportunidad, entendimiento. Motivos para el disfrute y el agradecimiento colectivo. Allowance.

Publicado el 26/11/2015 a las 23:20

Etiquetas: Los Angeles 6, Thanksgiving, Estados Unidos, humanidad, paz, religión

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Recuerdos de una convsersación literaria

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¿Y el mar? Desde el Océano Pacífico recuerdo una conversación del mar.  El mar es la esperanza en uno mismo; así nos prometía Claudio Magris en algún momento, cuando al principio de la lectura de Otro mar yo, ilusa, disfrutaba con las similitudes que hacía el autor entre la filosofía y la música, y creía que ese mar, el que alberga a los peces “que pecan menos que los hombres”  incluso podría tener extrañas similitudes con Montedidio (Erri de Luca) si uno, con cierta imaginación, pensaba en las lágrimas como agua sanadora, la primera gota de cualquier mar… “Todos los ojos necesitan lágrimas para ver”.

Pero no, en Otro mar, las aguas, ya vengan de playas rojas o mares del color azul metálico, son inactivas. Por mucho que se quiera reflejar la pérdida de las ilusiones de los intelectuales europeos en las primeras décadas del siglo XX, la pelota en el mar nunca se mueve, porque aunque este mar suba o baje, nos dice Magris, la pelota queda quieta en el mismo sitio; “el mar es un gran esplendor inalcanzable, nada deja huella en él: los brazos que nadan no lo abrazan, lo alejan y lo pierden, él no se entrega …” Creo que obligación de un autor es dejar siempre cierta rendija para que se cuele el aire, o para que haya filtraciones de agua si seguimos con el término; hace falta la esperanza, más allá de un sermón inteligentemente escrito, pero sermón agorero, negro como las aguas del océano para Homero, de las que también nos habla Magris.

 En las páginas finales, sin embargo, Magris nos habla de un mundo feliz; Enrico está feliz como nunca lo ha estado… ¡Pues que suerte tiene! Porque quien lo lee no se lo cree, y se quedó para los restos. Además ¿qué clase de felicidad es esa si solo consiste en que el mundo se aplaque?

 Después de tanto viaje, en su búsqueda de libertad, aunque viajar es morir, nos lo deja bien claro; después de confiar en el mar como solo uno puede confiar en uno mismo, después de aspirar a ver todos esos deseos que se nos prometen y no llegan, y después de aceptar con el autor que la civilización es, como la jardinería, el arte de podar… Veo que lo que queda después de esa poda es, nada. El más puro nihilismo. No es justo. Es, comentábamos el otro día, como si te hubiera tocado un pestiño al lado en una cena, y te hubiera recalcado toda la negrura que nos rodea. La literatura sin participación lectora y sin su misión transformadora carece de tanto sentido para mi.

No es menos gris el mundo de 1945 de Montedidio pero, con la vida triste, como vemos con María, uno no se puede quedar con los brazos cruzados... Además, "se necesitan zapatos, la gente se quiere casar... Cada uno de nosotros tiene un ángel, y los peces revolotean alrededor". Después de una eterna aguadilla en el Otro Mar de Magris, aquí los -bellísimos- pensamientos "se desahogan" y yo, al fin, respiro también. No hablo de calidades -nunca lo haría- sino de oxígeno y descomprensión.

Publicado el 11/11/2015 a las 20:00

Etiquetas: Literatura, Magris, Erri de Luca, Mar, Los Angeles 5

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Sueños de segunda mano

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Se cumple un mes de mi estancia en una casa con portal y suelo industrialmente alfombrado con algo que no es alfombra pero tampoco moqueta sino algo más, algo que, por añadidura, huele siempre a suavizante de vainilla.

Hoy es el primer día en que uno tiene ganas de recogerse en casa. A veces la temperatura es inverosímil en Los Ángeles porque no se pronuncia; da igual el exterior que el interior porque siempre hay exacta templanza o destemplanza a un lado u otro de las puertas. Esto, ciertamente, es lo que más me desubica en mi nuevo entorno, algo tan sencillo como esto… Que no sabes si estás dentro o fuera; y eso se extiende a la realidad, y a la ficción.

La vida es un laberinto entre la verdad y la mentira o, mejor dicho, entre lo creíble y lo increíble, que parece lo mismo, pero no lo es.  Al mismo tiempo, es fabuloso admitir que aquí, lo más inverosímil y esperpéntico, puede ser verdad, y lo más sencillo y verosímil, en cambio, tanto se sobreentiende que hasta desaparece, se esfuma entre ángeles.

El apartamento 303 equidista a justa distancia entre el cuarto de la negrura y el de la blancura, todo en el mismo hall, muy amplio, y que en nada muestra al visitante ocasional los lugares más cotidianos. El primero es el cuarto escondido donde se vuelca la basura a una boca enorme y aquél otro, en cambio, de pintura color crema en las paredes, es el lugar en el que se lava y se centrifuga casi profesionalmente la ropa por un total de dos dólares cincuenta centavos las dos operaciones.

La boca negra, en uno de los extremos de la planta tres, se acciona en una operación rutinaria pero difícil, porque hay rutinas que nunca se acomodan a uno. Esto es: Se accede de medio lado a una estancia mínima y ahí, medio introducido el cuerpo, se ha de apretar un pedal con la pierna derecha que consiguió entrar al habitáculo mientras se ha de conseguir sujetar la puerta con la mano izquierda sin perder de vista la propia basura que quieres perder para siempre. Ante esta pequeña sala de los horrores, la mano izquierda si sabe lo que está haciendo la mano derecha, y al revés. Hay que aplicarse para que la secuencia transcurra rápido y un tobogán camuflado precipite las inmundicias hacia abajo en abrupta comodidad.

 Fuera, en el mágico frontal de la casa rodeado de verde que nada sabe de suciedad ni lejía, todo es palmera y liquidámbar, y sueños rodeados de picante, animales de todos los colores, caramelos y bolsas crujientes de patatas chips que bien recuerdan los paisajes humanos de Toni Morrison, por ejemplo, en The bluest eyes.

Aquí detrás, en el mínimo cuarto de la  basura están los envoltorios de todos esos sueños que me recuerdan el título de un cuadro recientemente descubierto en el LACMA: “Sueños de segunda mano”. Así son también las pestañas postizas que aletean tiesas y contentas por las calles y, entre párpados, anticipan rígidos movimientos que, en cambio, se veneran como auténticas genuflexiones, más sentidas incluso que un espeso aleteo de pestañas de pelo color café. Asisto a algo cierto cada día: Sólo lo creíble forma un nuevo paisaje. 

Publicado el 04/11/2015 a las 09:00

Etiquetas: Los Angeles 4, Literatura, verdad, verosímil, mentira, sueños

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La levedad y unas palmeras.

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El mundo es un pañuelo –ágil, etéreo- y la vida es un viaje –cada día lo es- … Seguimos con la levedad porque eso lo que uno persigue cuando escribe; palabras ligeras llenas de contenido pero danzarinas, convincentes, creíbles. También ligereza cuando vive; cuando para uno, la escritura es eso, una extensión de la forma de ser y más aún, de estar en el mundo: en la ramas, en la tierra. Levedad.

 Ligereza. Por eso, frente a “La Insoportable levedad del ser”, de Milan Kundera, prefiero que el italiano (“L´insostenibile leggerezza dell ´Essere“) nos lleve a ver la vida no como resistencia frente a lo insoportable (que no se puede soportar) sino frente a lo que es de una insostenible (que no se puede sostener) pesantez.

He venido a Los Ángeles y aquí estoy, apenas aterrizando. Preconizo que será lo que hemos querido que sea: un viaje que ya desde su inicio ha sido ligero, sin peso en las alas, más aún, como un ave, como el propio Calvino nos recuerda las palabras de Paul Valéry (Il faut être léger comme l ´oiseau, et non comme la plume) Lo ligero, en cierta manera se asocia más con la determinación , con la precisión, más que con la vaguería, el abandono del dejar pasar el existir permitiendo que se convierta esa existencia casi en algo pesante… (de insoportable levedad).

 Con Italo Calvino (además!) he cruzado el charco: Lezioni americane. Sei proposte per el prossimo millennio (Ed.Garzanti) y disfruto la lectura de la primera de estas conferencias que escribió con el fin de impartirlas en la Universidad de Harvard en el curso 1985-86, algo que no pudo ser.

 La leggerezza, la rapiditá, la esatezza, la visibilità y la molteplicità me hace volver a saltar por las ramas con el protagonista de El Barón rampante, Cossimo, y a recordar lo mucho que me gustó su lectura. Me alegra comprobar que la vida en las ramas puede llevar de nuevo, más que a la insoportable tozudez del barón, a la encomiable bondad de sus actos saltarines.

 Su relectura me ha deslumbrado; las segundas ocasiones, son, de nuevo, una primera vez, porque nosotros somos distintos. La vida puede mostrar con los años la importancia de lo que antes, en su inmensidad, sólo se veía pequeño o anecdótico, y ahora, en su pequeñez o en su reiteración, se ve ágil e inmenso.

 Por lo demás… Aquí las palmeras no tienen ramas con las que hacerse una liana, y además pinchan. Pero vuelo igual, con la imaginación. ¡Te deseo feliz día! Hasta la semana que viene.

 (si quieres recibir el blog por mail cada vez que se publique (cada 8-10 días) debes suscribirte en la página web. La dirección sólo se utiliza para este fin. Si te gusta lo que lees, te doy permiso para reenviarlo).

Publicado el 08/10/2015 a las 23:45

Etiquetas: Italo Calvino, Milan Kundera, Los Angeles, literatura, viaje, ligereza.

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